Las cenizas del hierro, Ramiro Pinilla.1986. RIALIA. Industria Museoa-Museo de la Industria

Las cenizas del hierro, Ramiro Pinilla.1986

Las cenizas del hierro (Verdes valles, colinas rojas 3), Ramiro Pinilla.1986

Por la noche, en la cama, pensando en ello, recordé que el tío Roque había trabajado en Altos Hornos en el tiempo de las grandes huelgas, y que se echó una novia en La Arboleda, hija de minero, y que la madre y la hija que tuvieron seguramente nunca pisaron Getxo. Todos conocíamos esta parte secreta de la vida del tío Roque, pero sólo algunos —yo entre ellos— la verdadera razón de que don Manuel, en 1916, ya muerta la madre de aquella hija, solicitara la plaza de maestro en La Arboleda. ¿Por qué sospeché una relación entre eso y el miedo del tío a que yo trabajara en la industria, e incluso entre todo eso y la lucha de los anarquistas?

[…]

En 1944, ante la inminente derrota de los fascismos y la urgencia de maquillar su régimen, Franco se sacó de la manga la figura del enlace sindical, votado democráticamente por el tándem capital-trabajo. La función de estos enlaces sería la de elevar a los de arriba las reivindicaciones de los de abajo, y negociarlas, pero no eran más que meros recadistas para empresarios y jerarcas del verticalismo. Buscaron un lavado de cara intentando enemigo: un ministro de la República durante la Guerra, preso, pudo salvar el pellejo aceptando, pero se negó y fue fusilado; se llamaba Joan Peiró y era anarquista. El alrededor identidades hasta entonces sumergidas en una masa trabajadora postrada. Todavía se fusilaba a diario en las prisiones. Resultó que, en Altos Hornos, cierto ajustador era, además, socialista, y cierto hornero, comunista, y cierto fundidor, nacionalista, y cierto laminador, anarquista. Eran mayores que yo y habían hecho la Guerra, valores que me achicaban, igual que ante Tobías. Fueron apareciendo nuevos militantes de partidos, entre ellos nueve anarquistas. Como tantos otros, eran expresos, no habían tocado un arma desde el final de la Guerra y me aseguraron que ya no lo harían, que la lucha había de plantearse de otra manera. Yo, aunque no pertenecía a ningún partido ni había hecho la Guerra, era anarquista, y fue un honor que aquellos experimentados luchadores procedentes de otra época me permitieran actuar con ellos codo con codo. No era el único: todos los partidos tenían jóvenes de la nueva generación. Altos Hornos pasó de burdo incubador de lingotes a reguero de mítines más o menos clandestinos. Yo mismo hablé a manojos de caras incrédulas y expectantes. No me gusté, no estuve a la altura. En las dos o tres ocasiones siguientes lo llevé escrito para leerlo, pero era una irreverencia el enfriar así aquellos mensajes de libertad. Me volqué en la redacción de panfletos con puntos reivindicativos que se acordaban en asambleas cada vez más nutridas.

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