Hornos de Acero Martin-Siemens (Ricardo Gómez Gimeno, h.1950. Óleo sobre tela. 46 X 55 cm.)
Un texto de Amaia Barrena García
Él vigila el calor. Es su oficio, profesión y sustento, ver hierro arder y saber cuándo está preparado, como quien calcula el punto exacto de un aguacate. Trabaja con el sudor de su frente, con el de su camisa, con el que le cae por la cara como lágrimas de piel. Observa una marmita tan mágica que a su lado la de Obélix era simple menaje. En la olla para la que él trabaja se cuece el progreso. Las condiciones de vida echan chispas, la necesidad quema, la riqueza deja ampollas y no en las manos de quienes la tocan. La mira y se distrae contando las lingoteras que se encuentran abandonadas, a la espera de llenarse de ese incendio mineral para el que están hechas. Vistas así, tiradas por el suelo, parecen fundas de bolígrafo perdidas, moldes de helado sin nevera, formas de contenido sin continente. Madera y chapa se mezclan bajo un cielo de cables trenzados y ganchos tamaño dinosaurio que pescan acero recién nacido. Las grandes maquinarias pesan tanto como la pena. Los grandes buques que se enfrentan a océanos enfadados y se alzan con la victoria, las tímidas calefacciones que algunas familias afortunadas pueden permitirse, piezas de engranajes imposibles y hasta la misma escoria se cocinan en ese cazo de energía hirviente. Las figuras de varios operarios, como hormigas en el vientre de un enorme robot metálico, se perfilan unos metros más allá. No hay grúa que levante ese ánimo, piensa el hombre termómetro, un minuto antes de que el acero candente llegue a su punto de fiebre.