Era de panes en Horno Alto Óleo sobre lienzo de Juan Luna y Novicio, 1893
Un texto de Amaia Barrena García
Si se pudiera viajar a un cuadro, en este aterrizarías sin aduanas ni botas preparadas para ello, en un suelo de charcos de lava. De pronto te encontrarías con hombres alrededor, guerreros sin trinchera de una guerra conocida como lucha obrera. Son cuerpos en nómina de la muerte, pues por un salario que les permita sobrevivir en una ciudad de ceniza y progreso, están condenando sus órganos a cadena perpetua. Sin ser culpables de nada. Y es que quizá exista quien nazca con un pan debajo del brazo, pero también hay quien vive de las migas mientras otros le quitan la corteza. Algún patrón al que no conocen les habla de industria, siderurgia, avances, futuro. No le oyen bien pues en sus oídos truenan las máquinas que funden el hierro, que hacen de ese hijo rocoso de la naturaleza energía pura, mineral multiforme. Nunca una piedra fue tan fértil a la vida. Son muchas las personas que se parten la espalda en la mina para lograr esa materia prima, muchas también las infancias de manos sucias vendidas a salario que se encargan de llevarles cubos de agua. Y es que, en un tiempo de extintores no nacidos, ser aguador en el infierno era un oficio tan necesario como el del médico al que difícilmente tenían acceso. Si se pudiera viajar a un cuadro, ahora te encontrarías junto a una alcantarilla en ebullición, junto a regueros de fuego líquido pastoreados por trabajadores de ropa pegada como chicle a las articulaciones, con el cansancio aterido al gesto y el sacrificio hecho segunda piel. Si a una obra pudieras transportarte, acabarías de tomar tierra en las calderas de la Historia.