La lucha por la conquista de las 8 horas de trabajo, las 40 horas semanales, las vacaciones pagadas, el descanso dominical, el derecho al paro, la seguridad social, la baja por maternidad, la pensión de jubilación, etc. ha sido un largo y doloroso camino.
En la margen izquierda, en 1890, la jornada diaria era de 12 a 16 horas, con salarios que apenas permitían vivir. Las mujeres y los niños, con salarios más bajos, sustituían a los varones en determinadas tareas. Una mayoría se alojaba en barracones llamados «cuarteles», donde el número de lechos era de uno por cada dos personas, y estaban regentados por los capataces de las minas, al igual que las cantinas en las que se les obligaba a comprar, con precios abusivos y género de mala calidad.
La huelga general de 1890, conocida como «la Gran Huelga», supuso el comienzo del movimiento obrero organizado. Se inició el 13 de mayo en las minas, al ser despedidos 5 mineros de la Orconera. Se sumaron desde las fábricas hasta reunirse cerca de 15.000 personas que se dirigían a Bilbao. El gobernador civil declaró el estado de guerra y llamó al ejército. El general Loma llegó el 15 de mayo, visitó la zona minera, y se entrevistó con la patronal y con una delegación de quienes estaban en huelga. Loma forzó a la patronal, bajo la amenaza de retirar al ejército de las minas, a firmar un acuerdo.
En el acuerdo al que llegaron, conocido como el Pacto Loma, se reconocía la libertad para elegir vivienda, desaparecía la compra obligatoria en las cantinas y la jornada de trabajo pasaba a ser de 11 horas en verano y de 9 en invierno. Otras reivindicaciones quedaron en suspenso, como la reducción de la jornada a 6 horas para jóvenes de 14 a 18 años; el descanso ininterrumpido de 36 horas; la prohibición de ciertos sistemas de fabricación perjudiciales para la salud, etc.