Paz en la guerra, Miguel de Unamuno. 1897
Su paseo favorito es la subida a Begoña, por la carretera. Contempla a sus pies Bilbao, muy otro que el que le recibiera el año 26, y ve brillar la sinuosa cinta de plata de la ría, entre verdura sembrada de viviendas. A la caída tibia de la tarde, cuando el cielo argénteo y desnudo, que rojea en el poniente, baja el pecho frescura y al alma paz, contempla cómo se diseñan en el arrebol las siluetas de Montaño y de los altos Galdames, veladas a las veces por el humo de las fábricas, que envuelve el espléndido panorama. Allí abajo, al pie de aquellos montes, de donde arranca el cielo, duerme su hijo.
¡Allí duerme para siempre, muerto…, muerto, ¿por qué? ¡Por la Causa! ¿Por la Causa? ¿Y por qué Causa? “La Causa por que murió mi hijo”, piensa sin palabras, vislumbrando penumbrosamente que esa muerte ha engrandecido e idealizado en su mente la Causa por la que peleó el mismo en sus años de verdura y gloria militar. Si se quitara a la Causa la sangre por ella derramada, ¿qué le quedaría de vivo?